Nayarí Castillo
escribe identidad con H de hipopótamo
La artista venezolana expone su trabajo reciente en la Oficina #1, donde la historia de unos mamíferos se convierte en parte de quién es el latinoamericano
MARJORIE DELGADO AGUIRRE
La historia parece sacada de un libreto del teatro del absurdo, de uno que se escribe en América Latina o, mínimo, del programa Ocurrió Así. Hace 27 años, cuando Álvaro Uribe era alcalde de Medellín, Pablo Escobar Gaviria intentó pasar un contrabando. La mercancía no era en polvo, era en carne y hueso. Se trataba de una NarcoArca de animales exóticos, entre ellos una pareja de hipopótamos que el capo del narcotráfico quería liberar en la Hacienda Nápoles, un lugar idílico en Puerto Triunfo, en las riberas del río Magdalena, donde vivía y cocinaba sus negocios turbios.
Las autoridades llevaron los animales al zoológico, pero Escobar compró a los vigilantes y logró trasladar a los mamíferos a su destino inicial. Los hipopótamos se reprodujeron y el año pasado el Gobierno dio luz verde para cazarlos. Mientras unos llamaban a matarlos, otros defendían a los animales como suyos.
La controversia ambientalista que generó el hecho fue registrada en una nota breve de un periódico español que la artista visual Nayarí Castillo leyó en un avión. El hecho, en el que los límites entre ficción y realidad son intercambiables, casi de realismo mágico, se convirtió en el detonante de una exposición que puede verse en la Oficina #1 del Centro de Arte Los Galpones.
Castillo, con toda la seriedad del investigador que sabe usar el humor y la ironía, encontró en la historia de hipopótamos un animal tangencialmente cercano a la memoria de las personas (H de hipopótamo, dicen los abecedarios) la excusa para asomarse a la psiquis del latinoamericano, a la conformación de su identidad poscolonial, tema que, junto con el paisaje, ha convocado su investigación visual desde hace unos años.
Pero esa ventana por la que se asoma tiene varios marcos: por un lado, la estrecha relación que puede establecerse entre la historia de los animales y la convulsa realidad en territorio colombiano, hilada a punta de grupos armados y con el negocio de la droga como telón de fondo. Cuando se ve la gran bolsa de basura con la carita de un hipopótamo que exhibe la artista, se piensa no sólo en el traslado de los restos de Pepe, que por lo demás no es el único que ha muerto en esas riberas. Por otro, tiene que ver con el archivo y con cómo se administra la información: aisladamente los medios dieron cuenta del hecho, pero aún quedan muchas preguntas por resolver.
En otra arista, quizá la más importante, aborda la relación entre la identidad latinoamericana y los mitos re-elaborados que la conforman (el del paraíso terrenal, el de las bestias descritas por los antiguos cronistas y que hoy han mutado en otras historias y otros nombres) y, también, la necesidad de la artista de mostrar su cuerpo de obra en proceso.
"La única postura que asumo en esta exposición es la ecologista. Se trata de un trabajo político en su sentido más amplio: en el de lo que la polis piensa, en cómo se estructura. Es un intento por reconstruir los archivos sobre la idea del hombre a partir de este hecho, que es como un bocado para entrar en ese archivo", dice Castillo.
"Cuando me encontré con esta historia comencé a crear un archivo de obras posibles, a abrir el laboratorio para mostrar procesos, que es lo que más me interesa ahora. Se trata de un trabajo con mayor desfachatez conceptual, más relacionado con el texto, con la narración; aunque no deja de existir la idea de paisaje, existe en términos más tangenciales", señala e insiste en que los artistas hacen una traducción sensible de las cosas que observan.
No ha terminado la frase cuando se recuerdan las palabras dichas por el curador Félix Suazo hace apenas unos días en estas páginas: "El arte nunca fue tan cotidiano y tan obstinadamente contextual como lo es ahora". Nayarí Castillo escribe la palabra identidad con H de hipopótamo.
Fuente: El Nacional. Caracas, Venezuela.